sábado, noviembre 08, 2008

Comprensión, ciudadano

Mientras usted lee estás líneas hay cinco parados más en Córdoba. Así, con un chasqueo de dedos, pam, pam, pam, pam, pam. Las hipotecas están por las nubes y los sueldos por los suelos. En medio, el atribulado cordobés campea el temporal como puede en este tiempo de vacas flacas donde hay que apretarse el cinturón hasta el punto de que incluso los artículos se llenan, como ven, de frases hechas. Sí, hay que arrimar el hombro. Y hay que arrimarlo porque somos muchas veces egoístas. Sí, aquí estamos en pijama haciendo molinetes con la churra desde el balcón para llamar la atención de esa vecinita madura de en frente que se desnuda con inocencia tras la ventana. Volvemos al sofá para ver las noticias y el mundo está hundido. ¿No será que nos parece que nuestro mundo, nuestro mundo particular, está hundido? Ahogamos nuestras penas con un yogur caducado, que por tres días no va a pasar nada y sólo tiene dos grumos extraños. Y ahí llega la lucidez: otros lo pasan peor. Demonios, es cierto, tenemos suerte, no nos ha tocado el mal extremo, tenemos cabeza, brazos, tronco y piernas en su sitio, hay guerra en el Congo.

Pero es fácil solidarizarse con un país lleno de gorilas en la niebla, belgas y zoólogas hastiadas. Eso es lo fácil. Lo difícil es observar a nuestro alrededor y comprobar cómo incluso en la vida cotidiana hay gente que lo pasa fatal. El aparente bienestar, la rutina diaria, los efectos del alcohol y las drogas, se convierten en vendas que ciegan, en tapones que ensordecen, en pinzas que presionan las fosas nasales. Apenas palpamos a los desgraciados que nos rodean, apenas los oímos, apenas los olemos, salvo que se trate de una horda de pedigüeñas rumanas. Pero cerca de nosotros, en el sitio más insospechado, está la desesperación, la desgracia, la zozobra.

Lo hemos visto esta semana en el pleno del Ayuntamiento. En principio era un pleno para tratar sobre medidas para combatir la crisis. Pero de pronto se abrió la grieta desde la que surgió un grito, un grito en la oscuridad, no ese tipo de grito, lectora multiorgásmica, otro grito. Un grito de angustia y desesperanza. Un grito de aflicción como sólo un concejal sabe darlo. Esos gritos de boca muy abierta y campanilla que vibra y trata de desgajarse de la garganta. Exacto:  el Grito. El Grito de Munch redivivo.

Los concejales, empezando por iniciativa del Partido Popular pero contagiándose en seguida todos ante una situación protagonizada por el desaliento, dejaron a un lado los puntos secundarios de la sesión para, por una vez en la vida, abandonar los eufemismos, los latiguillos, los discursos repetidos hasta la saciedad, y abrir su corazón a los ciudadanos. Y manifestaron su preocupación, esa soledad del edil de fondo a la que jamás prestamos atención al creerlos privilegiados. Pero, ¿alguien se ha parado a pensar la presión a la que están sometidos? ¿Alguien se ha parado a pensar en cómo afecta la utilización del coche oficial a una más que posible atrofia muscular en el futuro? ¿No han visto como muchos de ellos tienen dificultades para moverse con soltura y donaire? ¿Alguien se ha parado a pensar en los efectos que tiene en los tímpanos la multitud de voces a las que tienen que estar pendientes, ora un asesor, ora un encargado de prensa, ora un escolta?

Es lógico. Sucede como con los superdotados. Nadie piensa en ellos porque tienen un exceso de un valor, en ese caso la inteligencia, que se asocia a lo muy positivo. Sin embargo muchos de ellos son hipersensibles o están castigados por las consecuencias de una memoria y capacidad perceptiva exageradas. Al final llega el fracaso escolar y en la vida. Con los concejales sucede igual. Parecen privilegiados, pero si rascamos en la superficie nos encontramos con personas también hipersensibles que sufren mucho, muchísimo. Y todo porque asociamos su posición a un valor positivo, así sin más, sin pensar más allá.

Por eso el hecho de que en el pleno del jueves prescindieran un poco de discutir sobre medidas contra la crisis y se centrasen en la modificación de un reglamento que afecta a la elección de concejales liberados, a partir de ahora decididos por el Pleno y con cargo a cada presupuesto anual -en lugar de por la sencilla presentación de una propuesta- o que se enfrascasen también dentro de la misma discusión en el asunto de las retribuciones, ha de ser visto desde esta nueva perspectiva creemos que más justa. De nuevo lo fácil es pensar que son impresentables, desvergonzados, indecentes o inmorales.

Pero parémonos a realizar un análisis de la tensión a la que están sometidos por ese lugar de privilegio que ocupan. De ahí el paralelismo con la superdotación. Ellos tienen una hipersensibilidad para captar la realidad, para entregarse al prójimo, para que les afecte todo mucho más que al resto. Ceden una parte de su vida para dársela a los demás mediante el servicio público, y esa cesión acarrea sentimientos exacerbados que sólo alguien curtido, valiente, desinteresado y profundamente empático puede asumir.

Mientras todo le va bien a quienes gobiernan, esa procesión que va por dentro se mantiene apaciguada. Cuando las cosas le van mal a los ciudadanos, su corazón se resiente, los sentimientos pueden explotar ante la preocupación. Se abre entonces la grieta, surge el grito de desesperación, de desesperación por los demás, y de desesperación ante obstáculos que les pueden impedir seguir manteniendo esa entrega con la misma dedicación. Estas cosas pueden pasarle alguna vez a cualquiera que sea concejal. También son humanos. Seamos pues, comprensivos. No juzguemos con ligereza. Eso es lo fácil.



El portavoz del grupo municipal del PP, José Antonio Nieto, en un momento de su intervención en el pleno del pasado jueves