domingo, abril 03, 2005

Geografía básica

Antaño, en un periodo posterior al calcolítico pero anterior a la muerte de Manolete, convivieron en Córdoba tres inculturas –Huesca, Zaragoza y Teruel- en perfecta armonía de exterminio mutuo. En el siglo XXI, los cordobeses, asidos de la mano y dando vueltas alrededor de un perol, tratamos de ponernos a la altura de las circunstancias, o sea, entre el suelo y la entrepierna. El afán modernizador llega en forma de infraestructuras variadas, entendidas como sinónimo de edificios, ya que lo que pueda decir el diccionario nunca va a misa en un Estado laico. Ahí tenemos al Palacio del Sur, que creará de la nada un arquitecto holandés que en su país tiene un nombre pronunciable pero que aquí llamaremos Rafalín. Pues bien, Rafalín tiene previsto construir una aeronave frente a la Mezquita, cuestión que ni nos va ni nos viene, pues yo no pienso montarme y lo que haga usted me la refanfinfla. Lo preocupante en una ciudad abierta y cosmopolíticamente correcta se refleja en el tratamiento del resto de los puntos cardinales. Está muy bien un Palacio del Sur. Pero ¿qué hay del norte? ¿Qué pasa con el este y el oeste? Todos esos puntos cardinales han contribuido decisivamente al avance de la humanidad. El norte nos ha dejado al simpático pingüino o al polo-flash. El este nos permitió deleitarnos con la belleza de las lanzadoras de peso alemanas y sus mostachos de fantasía, también disfrutar de los Skoda y los Lada Niva (cuando los Skoda eran los Skoda y los Lada tres cuartos de lo mismo). Quedarnos con el tópico de los vaqueros en el caso del oeste sería no hacerle justicia, ahí está Portugal, un sitio por descubrir. Sin embargo, las instituciones cordobesas sólo tienen ojitos para el sur y desprecio para los demás. Mientras tanto, los cordobeses –senequistas como sólo pueden serlo aquellos que jamás han leído a Séneca- consienten este atropello geográfico. Comprendemos que la idiosincrasia de Córdoba se identifique con el sur, y quizá sendos palacios del norte, este y oeste sean excesivos, pero como mínimo podían darles tres alojamientos de protección oficial.

Otro asunto geográfico resulta trascendental es este momento. Como se habrán percatado, cada vez que el presidente de la Diputación de Córdoba, Francisco Pulido, sale en televisión o radio, manifiesta –y no sin razón- que “la Diputación tenía que estar aquí”. Allá donde va este prohombre va el Palacio de la Merced con todos sus avíos, cual roulotte asida a su bolsa escrotal. Las funciones principales de la Diputación son dos: distribuir subvenciones y acoger a los políticos más sagaces y brillantes, para que en su casa sepan donde están a falta de centro de día para este colectivo. En cualquier caso tal institución mueve mucho dinero público. No nos cabe duda, y aquí hemos de reconocer la labor de Pulido, de que la Diputación está aquí cuando tiene que estar aquí. Pero ¿y si alguna vez tuviese que estar allí? ¿Tendría la capacidad de respuesta que demanda la ciudadanía? Las cantidades que se manejan en la administración provincial son lo suficientemente altas como para que esto se aclare cuanto antes. Córdoba necesita a una Diputación que, en efecto, pueda estar aquí, mas la sociedad (in)civil también necesitará a veces que esté allí. He ahí el reto al que tendrá enfrentarse Pulido hasta que empiece la Feria. Confiamos en este animal político cordobés, el único cuya visión política y camaleónica le permite mirar a la vez a la capital y la provincia.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Deja, deja, doctor, que como a Andrew se le ocurra meter mano en el norte nos cascan otra ronda y nos quedamos sin parque. Ahora que Asomadilla parece tirar pa'lante, deja que los iluminados no piensen, que si no Cabanillas reforma el tráfico y la jodemos (no está bien que la realeza hable así, pero es que estoy muy decepcionada con el retraso de la boda de mi amiga Camila y la agonía del príncipe de papelillo Rainiero).
Bendiciones reales, adios

4/05/2005 11:32 a. m.  

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