Pelos como escarpias
La Córdoba del futuro está ahí. Mírela. No, esa no. La otra. Tampoco, más allá… eeeeeesa. Pero mientras llega, con sus palacios de diseño y sus estructuras museiformes, hemos de valorar el esfuerzo que se hace desde el presente para que el destino se ajuste a la ciudad como un guante de la talla correcta a la mano.
La tradicional desidia cordobesa, que hace que las torrijas abandonen los mostradores de las dulcerías para instalarse en los hipotálamos, salpica muchas veces los juicios que se realizan sobre determinados lugares, a los que no se les da el valor que tienen. La torpeza y la ponzoña siempre cabalgan juntas, por decir algo para llegar a 121 palabras en el contador del Word.
Esos sitios, esos rincones, esos monumentos, languidecen ante la mirada vacía de aquellos que deberían celebrarlos. Y de pronto un día se descubre que contenían algún tipo de belleza. Demasiado tarde. Su cadáver ennegrecido en la pira funeraria ya navega hacia el Valhalla de la molicie, con perdón por este ambiente apocalíptico.
El futuro está aquí desde hace mucho, concentrado en un pequeño símbolo que suele pasar desapercibido por su modestia, por su labor silenciosa. Se encuentra, con todos los avíos del porvenir, en el Museo Julio Romero de Torres (pintó a la mujer morena).
El Museo Julio Romero de Torres, ubicado en el edificio que alberga al museo del mismo nombre, contiene una nutrida muestra de la obra de artista. Pero al margen de esto, su idiosincrasia, su modo de ofrecerla al espectador y el diálogo que genera entre los observadores y los cuadros, lo sitúan en una de las cimas de la creatividad aplicada al modo de gestionar una instalación así. Y tal cuestión se consigue de una forma sencilla, con apenas dos elementos.
El primero se halla, valga la redundancia, en la primera planta. Allí, con el mostrador de los conserjes perfectamente unido a la pintura, se exponen cuadros y fotografías relacionadas con el pintor. Al margen de su mérito artístico, estas obras se insertan en ese nuevo concepto del museo que representa el proyecto de museo de arte contemporáneo de la Junta, pero que ya está aquí con menos medios y más talento.
En efecto, varios de estos cuadros y fotografías están colgados mediante el innovador estilo de alcayata vista, habitual en los hogares pero rompedor en este tipo de centros. La brillantez del acero de esas alcayatas genera un juego de luces y sombras tan sobrio como imaginativo. Ya se ve en una el pico del marco de un cuadro que está al lado como el reflejo del conserje que se mueve ágil hacia la puerta para fumar un cigarro, bien se percibe el amarillo de una obra concreta como la silueta deformada del propio espectador. De esta manera se crea una red donde se conectan la materia y lo cotidiano, las intenciones del artista y la perspectiva de los ojos que observan, una conversación a cuatro bandas que compone una alegoría sobre los pilares del arte.
Y todo ello, insistimos, se consigue con apenas una mínima inversión en ese tipo de clavos con cabeza acodillada. Muchos visitantes sentirán un repelús por esta forma de interactividad, se les pondrán los pelos como escarpias. Escarpia es, precisamente, sinónimo de alcayata, con lo que también hay un guiño humorístico que entronca con el carácter cordobés del pintor y el clásico gracejo andaluz. Pocos museos del mundo dan tanto por tan poco y con ese ingenio en la planificación.
Pero aún queda el segundo elemento. Si el montaje lumínico anterior estimulaba el intelecto del observador, éste se dirige a avivar su cuerpo, partiendo del interior y elaborando así un camino natural desde el campo de lo subjetivo al de lo objetivo. El museo ofrece esta posibilidad gracias a que carece de cuarto de baño para los visitantes. De la introspección se llega la realidad externa mediante la comunicación que la persona establece con su vejiga urinaria o con su intestino grueso. Del fenómeno a noúmeno gracias a la ausencia de retretes. El arte y la filosofía occidental quedan ligadas en este proceso que muchas veces acaba con una carrera hacia los servicios del bar más cercano.
Por todo ello, el Museo Julio Romero de Torres (pintó a la mujer morena) merece un reconocimiento mayor. Desde este escrito que pretende ser un homenaje reclamamos más inversiones en materia de publicidad, sobre todo para dar a conocer el trabajo de sus responsables, que ajustan los pocos medios con los que cuentan hasta obtener unos resultados capaces de emular a los de cualquier museo ultramoderno y mimado por las inversiones económicas.
La tradicional desidia cordobesa, que hace que las torrijas abandonen los mostradores de las dulcerías para instalarse en los hipotálamos, salpica muchas veces los juicios que se realizan sobre determinados lugares, a los que no se les da el valor que tienen. La torpeza y la ponzoña siempre cabalgan juntas, por decir algo para llegar a 121 palabras en el contador del Word.
Esos sitios, esos rincones, esos monumentos, languidecen ante la mirada vacía de aquellos que deberían celebrarlos. Y de pronto un día se descubre que contenían algún tipo de belleza. Demasiado tarde. Su cadáver ennegrecido en la pira funeraria ya navega hacia el Valhalla de la molicie, con perdón por este ambiente apocalíptico.
El futuro está aquí desde hace mucho, concentrado en un pequeño símbolo que suele pasar desapercibido por su modestia, por su labor silenciosa. Se encuentra, con todos los avíos del porvenir, en el Museo Julio Romero de Torres (pintó a la mujer morena).
El Museo Julio Romero de Torres, ubicado en el edificio que alberga al museo del mismo nombre, contiene una nutrida muestra de la obra de artista. Pero al margen de esto, su idiosincrasia, su modo de ofrecerla al espectador y el diálogo que genera entre los observadores y los cuadros, lo sitúan en una de las cimas de la creatividad aplicada al modo de gestionar una instalación así. Y tal cuestión se consigue de una forma sencilla, con apenas dos elementos.
El primero se halla, valga la redundancia, en la primera planta. Allí, con el mostrador de los conserjes perfectamente unido a la pintura, se exponen cuadros y fotografías relacionadas con el pintor. Al margen de su mérito artístico, estas obras se insertan en ese nuevo concepto del museo que representa el proyecto de museo de arte contemporáneo de la Junta, pero que ya está aquí con menos medios y más talento.
En efecto, varios de estos cuadros y fotografías están colgados mediante el innovador estilo de alcayata vista, habitual en los hogares pero rompedor en este tipo de centros. La brillantez del acero de esas alcayatas genera un juego de luces y sombras tan sobrio como imaginativo. Ya se ve en una el pico del marco de un cuadro que está al lado como el reflejo del conserje que se mueve ágil hacia la puerta para fumar un cigarro, bien se percibe el amarillo de una obra concreta como la silueta deformada del propio espectador. De esta manera se crea una red donde se conectan la materia y lo cotidiano, las intenciones del artista y la perspectiva de los ojos que observan, una conversación a cuatro bandas que compone una alegoría sobre los pilares del arte.
Y todo ello, insistimos, se consigue con apenas una mínima inversión en ese tipo de clavos con cabeza acodillada. Muchos visitantes sentirán un repelús por esta forma de interactividad, se les pondrán los pelos como escarpias. Escarpia es, precisamente, sinónimo de alcayata, con lo que también hay un guiño humorístico que entronca con el carácter cordobés del pintor y el clásico gracejo andaluz. Pocos museos del mundo dan tanto por tan poco y con ese ingenio en la planificación.
Pero aún queda el segundo elemento. Si el montaje lumínico anterior estimulaba el intelecto del observador, éste se dirige a avivar su cuerpo, partiendo del interior y elaborando así un camino natural desde el campo de lo subjetivo al de lo objetivo. El museo ofrece esta posibilidad gracias a que carece de cuarto de baño para los visitantes. De la introspección se llega la realidad externa mediante la comunicación que la persona establece con su vejiga urinaria o con su intestino grueso. Del fenómeno a noúmeno gracias a la ausencia de retretes. El arte y la filosofía occidental quedan ligadas en este proceso que muchas veces acaba con una carrera hacia los servicios del bar más cercano.
Por todo ello, el Museo Julio Romero de Torres (pintó a la mujer morena) merece un reconocimiento mayor. Desde este escrito que pretende ser un homenaje reclamamos más inversiones en materia de publicidad, sobre todo para dar a conocer el trabajo de sus responsables, que ajustan los pocos medios con los que cuentan hasta obtener unos resultados capaces de emular a los de cualquier museo ultramoderno y mimado por las inversiones económicas.
6 Comments:
A ver, que me he hecho un lío. ¿El Museo alberga un edificio donde está el Museo?. ¿Es Julio Romero de Torres quien alberga un Museo en el que hay un edificio con un Museo?. ¿O tal vez el edificio que alberga a Julio Romero de Torres tiene un Museo que, a su vez, alberga un Museo que lleva el nombre del antedicho Julio?.
Se me ponen los pelos como escarpias....
Cada vez estás menos gracioso doctor. Haz el favor de centrarte un poco y dejar de hacerte el interesante, que estoy al borde de la vergüenza ajena.
www.chandalucia.blogspot.com
Pues para ser una crítica a un museo que pone cuadros con alcayatas y que no tiene servicios me parece hecha inmejorablemente y con una ironía y buena escritura que ya querrían muchos de los que escriben en los periódicos. Doctor, siga así.
A ver cuándo publicas algo nuevo, hombre de dios, que tu audiencia es fiel...
Capitán Spaulding:
Obviamente la conexión de tu nombre proviene de la película de Rob Zombie, porque desde luego la capacidad de entender la ironía de los Hnos. Marx no la tienes...
Buen artículo perolero.
Jajajaja. Mu bueno Groucho, mu bueno. ¿Tal vez no entendiste la ironía?.
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