Córdoba hace callar al rey
Nunca había pasado la monarquía española por momentos tan delicados. El famoso “¿por qué no te callas?” que le espetó el rey Juan Carlos al presidente de Venezuela Hugo Chávez ha servido de catalizador para lo que la corona quería evitar a toda costa desde hace años. A esto hay que sumar el divorcio de la infanta y el juicio a los humoristas de El Jueves. Aunque en realidad parecen simples anécdotas ante la gravedad de lo que sucede.
El incidente diplomático en la cumbre iberoamericana podía haberse quedado en eso, una circunstancia pintoresca e incómoda sin consecuencias. Pero el eco mediático ha hecho que finalmente la corona pase por un lance decisivo que podría llevar a su destrucción y a que se acelere el paso a la república. Las relaciones internacionales, los intereses de España en Sudamérica o la reacción del propio Chávez resultan irrelevantes ante lo que se puede denominar el despertar del dragón dormido.
Y es que desde principios de este siglo, la monarquía ha tratado de contentar y suavizar la oposición de dos de los personajes más influyentes de Europa, la concejala del Ayuntamiento Elena Cortés y el secretario provincia del Partido Comunista en Córdoba, José Manuel Mariscal. Ambos afeaban la conducta del rey, lo que puede acarrear en las próximas semanas una crisis gubernamental sin precedentes.
La corona había conseguido contemporizar con Cortés y Mariscal durante muchos años, sabedores los responsables monárquicos de lo que este dúo significa para la consecución de multitud de intereses de todo tipo para España pero sobre todo conociendo el poder que tienen para los que se puede denominar como cohesión interterritorial.
Las relaciones habían sido hasta ahora delicadísimas pero aceptables. Esta ruptura y las declaraciones de ambos abren una vía de agua en lo que era la sólida embarcación de la monarquía hasta que llegaron estos hachazos. El equilibrio entre ambos poderes, la corona y el que representan Cortés y Mariscal, puede haberse hecho añicos. La balanza oscila de un lado y el país aguarda el desenlace las siguiente semanas, aunque todo parece indicar que la corona está definitivamente tocada tras las intervenciones de estos políticos de Córdoba.
Si el aleteo de una mariposa en Tokyo produce un terremoto al otro lado del mundo, qué no producirá el vuelo en picado de estos dos halcones de la política, cuyas manifestaciones y actividades tienen un poder decisivo en el intercambio económico global y han resultado desestabilizadoras en grado sumo para la jefatura de estado española. El casi seguro cambio que han provocado en dicha jefatura puede suponer tan sólo el comienzo de una serie de transformaciones mucho más profundas tanto en el seno de la Unión Europea como en el universo financiero en general, y sobre todo en el área energética.
El primer paso, la desintegración de la monarquía, ya es un hecho. La aparente armonía entre la jefatura de estado y el lobby compuesto por Cortés y Mariscal ha estallado por el paso en falso del monarca y la pertinente denuncia de los cordobeses, en un gesto que se esperaba desde hace bastante, especialmente por el papel decisivo que ambos han interpretado en numerosos instantes históricos en los últimos cinco años y que los han convertido en dos de las figuras más influyentes de los últimos 50 años a nivel internacional.
El incidente diplomático en la cumbre iberoamericana podía haberse quedado en eso, una circunstancia pintoresca e incómoda sin consecuencias. Pero el eco mediático ha hecho que finalmente la corona pase por un lance decisivo que podría llevar a su destrucción y a que se acelere el paso a la república. Las relaciones internacionales, los intereses de España en Sudamérica o la reacción del propio Chávez resultan irrelevantes ante lo que se puede denominar el despertar del dragón dormido.
Y es que desde principios de este siglo, la monarquía ha tratado de contentar y suavizar la oposición de dos de los personajes más influyentes de Europa, la concejala del Ayuntamiento Elena Cortés y el secretario provincia del Partido Comunista en Córdoba, José Manuel Mariscal. Ambos afeaban la conducta del rey, lo que puede acarrear en las próximas semanas una crisis gubernamental sin precedentes.
La corona había conseguido contemporizar con Cortés y Mariscal durante muchos años, sabedores los responsables monárquicos de lo que este dúo significa para la consecución de multitud de intereses de todo tipo para España pero sobre todo conociendo el poder que tienen para los que se puede denominar como cohesión interterritorial.
Las relaciones habían sido hasta ahora delicadísimas pero aceptables. Esta ruptura y las declaraciones de ambos abren una vía de agua en lo que era la sólida embarcación de la monarquía hasta que llegaron estos hachazos. El equilibrio entre ambos poderes, la corona y el que representan Cortés y Mariscal, puede haberse hecho añicos. La balanza oscila de un lado y el país aguarda el desenlace las siguiente semanas, aunque todo parece indicar que la corona está definitivamente tocada tras las intervenciones de estos políticos de Córdoba.
Si el aleteo de una mariposa en Tokyo produce un terremoto al otro lado del mundo, qué no producirá el vuelo en picado de estos dos halcones de la política, cuyas manifestaciones y actividades tienen un poder decisivo en el intercambio económico global y han resultado desestabilizadoras en grado sumo para la jefatura de estado española. El casi seguro cambio que han provocado en dicha jefatura puede suponer tan sólo el comienzo de una serie de transformaciones mucho más profundas tanto en el seno de la Unión Europea como en el universo financiero en general, y sobre todo en el área energética.
El primer paso, la desintegración de la monarquía, ya es un hecho. La aparente armonía entre la jefatura de estado y el lobby compuesto por Cortés y Mariscal ha estallado por el paso en falso del monarca y la pertinente denuncia de los cordobeses, en un gesto que se esperaba desde hace bastante, especialmente por el papel decisivo que ambos han interpretado en numerosos instantes históricos en los últimos cinco años y que los han convertido en dos de las figuras más influyentes de los últimos 50 años a nivel internacional.
6 Comments:
Real censura
Miércoles 14 de noviembre de 2007.
Nuestros medios de comunicación —y, con ellos, claro, nuestros analistas políticos— han celebrado con unánimes elogios la respuesta que el rey y el presidente del gobierno españoles han dispensado a las declaraciones que vertió contra José María Aznar el presidente venezolano, Hugo Chávez. La única divergencia que al respecto se ha barruntado los últimos días atañe, por lo que parece, a la rapidez y la contundencia de la reacción de Rodríguez Zapatero, consideradas insuficientes por los portavoces del Partido Popular.
Sorprende tal grado de acuerdo cuanto que lo ocurrido en Santiago de Chile presenta aristas delicadas que —piensa quien firma estas líneas—deberían invitar a la prudencia. Creo, por lo pronto, que no somos pocos los que nos hemos sentido molestos ante la actitud asumida por el monarca español. Su decisión de reclamar, sin cortesía alguna, que Chávez guardase silencio encaja poco con los modales que –parece— cabe atribuir a un jefe de Estado de noble cuna. No acabo de entender esa universal celebración que, encuestas televisivas en mano, merecería entre el pueblo llano la descortés reacción del monarca. Y tampoco sé muy bien quién es Juan Carlos I —un responsable político, por cierto, no elegido por la ciudadanía— para determinar las reglas del juego en una cumbre latinoamericana. Ojo que tampoco sale bien parado el rey en lo que hace a su decisión de abandonar la sala de reuniones cuando el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, tenía a bien criticar el papel desempeñado en su país por algunas empresas españolas. Aunque semejante decisión ha sido interpretada en nuestros medios como producto del designio de no inmiscuirse en disputas entre los dirigentes de unos u otros Estados —un signo de encomiable prudencia—, el gesto con que Juan Carlos I inicia su retirada más bien revela un franco desprecio —una lamentable falta de educación— ante las palabras de Ortega.
Como quiera que no acostumbro a otorgar mayor relieve a desencuentros como los que acabo de mencionar, dejaré en el olvido todo lo anterior –incluida la patética observación de Rodríguez Zapatero en el sentido de que su obligación era acudir en socorro de un compatriota— para procurar el camino de lo principal. Es cierto que Chávez padece de una incontenible verborrea y que le iría mucho mejor si dejase de lado tantos adjetivos grandilocuentes en provecho de la enunciación serena, sin alharacas, de lo que quiere decir. No lo es menos, sin embargo, que resulta poco presentable que entre nosotros no se haya hecho hueco alguno para debatir, no los modales del presidente venezolano —hay que preguntarse, por cierto, qué habría ocurrido si éste se hubiese abstenido de calificar de “fascista” a Aznar—, sino el contenido preciso de unas acusaciones, las relativas al golpe de años atrás, que no resultan ser ni torpes ni, por desgracia, poco fundamentadas. Tampoco parece que hayamos entendido que uno de nuestros primeros deberes de civismo en relación con los males de la América Latina contemporánea es el que pasa por analizar puntillosamente, primero, lo que hacen tantas empresas españolas entregadas a la obtención del beneficio más descarnado y por esquivar, después, la tentación de ese barato nacionalismo que invita a defender “nuestros intereses” como si éstos se hallasen por encima de todo.
Y es que las formas de Chávez, reprobables por mucho que tengan el saludable efecto de romper el circuito vicioso de unas cumbres impregnadas por la retórica más hueca, configuran un anécdota menor en comparación con el debate que se nos hurta. Aunque, a título provisional, y en lo que afecta a lo que nos resulta más cercano, tiene uno que preguntarse qué pluralismo informativo es éste que se asienta, en uno de sus pilares fundamentales, en una censura tan real –en el doble sentido atribuible al adjetivo— como eficiente.
Grande, muy grande. Estos "comunistillas" son como un grano en el culo, pero que ya no duele al sentarse, puesto que cada vez son más marginales, y están completamente alejados de la realidad. Las declaraciones de Elena Cortés, llamando al rey Don Juan Carlos, "ciudadano Juan carlos", reflejan no sólo el distanciamiento de IU con la sociedad española, sino la falta de respeto ante la forma de gobierno de este país, reconocida en la Constitución a la que ellos se aferran tanto cuando les interesa. No seré yo un monárquico empedernido, pero sí reconozco el papel, en especial, del rey Don Juan Carlos, su carisma y su contribución a la unidad de España, y a la estabilidad del país. Mucho más hace el monarca que una formación trasnochada, contradictoria y ciertamente totalitaria en muchas cuestiones, cuyo mejor fin es la desaparición e integración en otras fuerzas políticas o independientes. enhorabuna, Doctor Perol!
Muerte a tus enemigos!
Hombrecillo de mostacho tieso, no debes menospreciar así a los que te rodean. Y mucho menos amenazarles de muerte en un sitio público camuflado bajo un anónimo. No es que, hombrecillo, des susto, sino que es de muy mal gusto fanfarronear sin dar la cara. ¿Por qué no te callas? ( De una vez y para siempre que a nadie, nadie le interesa conocer tus opiniones). Ah!, y la próxima vez no olvides una cana enredada en el IP de tu ordenador.
Soy Perry Mason, el autor del post anterior, y quiero que el Doctor y sus personajes vuelvan al ataqueerrrr.
Deben tomar muy en cuenta lo que dijo Chavez: "en la epoca de la colonia los españoles mandaban a callar a los indgenas sacandoles las cabezas", ¿no sera que el Rey (en pleno siglo XXI ya es una verguenza la existencia de reyes)aun siente que sudamerica es su colonia a traves de REPSOL, Union Fenosa, etc?
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