sábado, junio 06, 2009

Ciudad insomne

El hombre moderno está acosado por los fantasmas. Ya no hay tigres de dientes de sable en la espesura, turcos en la frontera o pestes por las calles del pueblo, que la última de gripe es como una peste de telecomedia española, con decorados de cartón-piedra y Jorge Sanz de doctor al que no se le entiende nada porque tiene la peculiar dicción del intérprete patrio, una dicción introspectiva, que declama para adentro. Sin embargo ahí están los fantasmas. Problemas económicos, problemas de pareja, problemas laborales. Por no hablar de Dios. Uno se levanta y un tío con mostacho de Fidela del siglo XIX te lo había matado. Y te das cuenta de que tantos Jesusitos de mi Vida vagan en el éter sin destinatario, como cuando te das la vuelta tras soltar un profundo discurso y resulta que tu interlocutor se había escabullido entre el gentío. Ah de los fantasmas…

Ese ejército de espectros sin forma genera problemas al conciliar el sueño. Saben de qué hablo. Ojos como platos fijados en el techo. Extraños movimientos de un lado al otro de la cama, piernas en posiciones inverosímiles, brazos que se descoyuntan al intentar servir unas veces de apoyo para la cabeza, otras de mecanismo compensador de no se sabe muy bien qué cerca de la entrepierna, como esperando que si una postura normal no nos ayuda a dormir por fuerza ha de hacerlo otra que nos llevaría inmediatamente de estrella principal al Circo del Sol o al equipo de gimnasia artística de Ucrania.

En épocas menos complejas, cuando el ser humano sólo tenía que preocuparse por un problema gordo pero uno sólo, por ejemplo alimentarse para sobrevivir o huir de los sarracenos, existían métodos sencillos y efectivos para conciliar el sueño sin necesidad de recurrir a las plantas medicinales, hoy transformadas en drogas y pastillas. Ahí estaba un método tradicional que ha pervivido hasta nuestros días: contar ovejas.

Este método proviene del momento en el que el cazador-recolector se asentó. Nacen la ganadería y la agricultura. El cazador-recolector contaba antílopes para conciliar el sueño. Pero eso producía muchas veces el efecto contrario y cierta desazón. El antílope imaginario escapaba, llegaba la angustia por no poder alimentar a la tribu y el posterior sobresalto que desembocaba en más insomnio aún y en deambular de un lado a otro de la cueva pintando ridículos graffitis y despertando a los demás. Las ovejas son otra cosa. Si una oveja imaginaria se escapa no pasa nada. Hay otra y otra y otra. Y están en un sitio acotado, ya que el contar ovejas implica imaginar un corral y un obstáculo que saltar, ya sea una valla o un tronquito. Y no dan problemas ni en la mente, que son el segundo animal más tonto después del ñu. Cocodrilos y leones se comen a la mitad de los ñus todos los años en el trayecto del Masai-Mara al Serengeti y todavía no les ha dado por pasar por otro lado, como el cani que “controla” y cada fin de semana lo pillan en el mismo control de alcoholemia del polígono de Chinales. Bueno, están el cani, el ñu y luego la oveja, que he visto en documentales a ovejas devoradas por un loro neozelandés llamado kea. ¡Devoradas por un loro que no vuela! Está bien: oveja, cani y ñu.

Contar ovejas sirvió durante mucho tiempo, pasó por el feudalismo y se adaptó a la burguesía y los nacionalismos del XIX. En el siglo XX empezaron los problemas para este método. Las guerras mundiales fueron demasiado, pero el remate se lo dio la democracia y sus laberínticos problemas cotidianos, todos aparentemente pequeños, pero capaces de tejer una tela de araña que atrapa a la víctima. El resultado es la ingente cantidad de somníferos y tranquilizantes que se venden. Contar ovejas no es suficiente, pero la otra opción produce adicciones, efectos secundarios peligrosos y, lo que es peor, obesidad en muchas ocasiones.

Ante eso se erige otro método sencillísimo y a su vez infalible: contar asesores, periodistas, chóferes y escoltas de políticos locales. Al igual que con las ovejas sólo necesita de un escenario imaginado simple, en este caso una sala con una mesa y un micro. En un asiento tras la mesa se sitúa el concejal o el delegado de la Junta. A partir de ahí, como con las ovejas, empiezan a pasar asesores que musitan algo al oído del concejal o delegado. En este caso el concejal o delegado hace las veces de obstáculo, como la valla, y se cuenta el asesor que lo sortea. Un asesor y otro y otro y otro. Hay muchos más que ovejas para el político imaginado. Y así se va conciliando el sueño, con la ventaja de que la ambientación es contemporánea y no se produce, como con las ovejas, el agobio del antiguo régimen. El insomne reconoce el lugar imaginado como propio y cotidiano. Y lo mejor es que hay cierta variedad inherente a la sociedad consumista, algo así como un Mercadona contra el insomnio. ¿Qué no bastan los cienes y cienes de asesores? No importa. Después vienen los periodistas. Por miríadas. Cualquier persona con problemas para conciliar el sueño tendrá así una forma actual, apacible y diversa para no pasar la noche en vela en un interminable soliloquio cuando encima se cae mal a sí misma.

En casos graves el insomne puede llegar al extremo de tener que pasar a los chóferes de coche oficial, pero esto ya entraría quizá dentro de las competencias de la Unidad del Sueño del Hospital Reina Sofía. En casos insólitos y raros, el insomne puede llegar a los escoltas, pero tendríamos una muestra de persona que apenas duerme y sale como ejemplo en los reportajes sensacionalistas, un desgraciado con los ojos inyectados en sangre, uñas comidas hasta el muñón de la primera falange y tics nerviosos en la boca.

En casos de insomnio normal, como decimos, la persona tendrá más que suficiente con asesores y periodistas de un concejal o delegado. Antes se da la vuelta el corral de ovejas imaginarias hasta llegar de nuevo a la primera que este otro tipo de granja donde también suelen salir todos esquilados.