sábado, noviembre 01, 2008

Los caballitos ponis

Vemos a los grandes líderes mundiales cabalgar a lomos de la historia. Allá van, con sombrero de cow-boy y espuelas azuzando a ese noble bruto que llegará a la meta antes que nadie, llevando tras de sí a la humanidad. La historia universal galopa haciendo un ruido ensordecedor, dejando una polvareda que al despejarse deja un rastro que no podía ser otro. Lo explica muy bien Rafael Sánchez-Ferlosio en su artículo “Eisenhower y la moral ecuménica”, del que extraigo el siguente pasaje:

Esta desautorización o anulación a la que la Historia Universal someta a las particulares, a la manera en que la aparición del Sabahoz reducía a polvo, a ceniza, a nada, a los dioses particulares de los pueblos, se cumple también en otra dimensión, bien como subordinación de los hechos al sentido: lo inexplicado viene a ser puesto al servicio de su propia explicación, el fenómeno es convertido en mera ilustración de la categoría, al modo en que la carne de una vida es reducida a simple soporte de la letra de un destino, o bien como descalificación de todo lo pasado, de cualquier pasado, en cuanto algo en sí, autosuficiente, para subordinarlo a un futuro totalizador, a una postrimería que se pretende su cumplimiento, su solución y su verdad. Así, la Historia Universal se pone frente a frente de todas y cada una de las historias particulares como lá unica portadora y dadora de sentido; la única a cuyo texto pertenece cierto presunto último dato conclusivo que quiere despacharse por revelación y explicación total. Explicación total e explicación final, y se parecerá tal vez a una sentencia, a un veredicto, en el valle de Josafat o en cualquier otro valle. La Historia Universal (recuérdense aquellas grotescas y vacías admoniciones de “¡Vos seréis el responsable ante el tribunal de la historia!”) viene a ser la versión secularizada de aquel fatídico y tenebroso libro del que el Dies Irae dice: Liber scriptus proferetur/in quo totum continertur/unde mundos iudicetur. La propia idea de Historia Universal, con toda su corte de figuras accesorias, comporta así una fisonomía y un carácter inevitablemente escatológicos. Es, sin más, religión.

La ceremonia de esta particular religiosidad de aspecto engañosamente laico pero fondo monoteísta se ha visto repetida hasta la saciedad en los últimos años en las palabras de George Bush J.R., que no por ser el chivo expiatorio preferido por tirios y troyanos deja de ser un ejemplo de líder mundial fanático y desastroso. Cuántas veces habrá cabalgado este hombre a lomos de la historia, y junto a él los diversos comparsas que también querían subirse al purasangre. Esta Historia Universal que sigue un camino marcado, que resulta determinista, que no deja sitio al caos, hace que, entre otras cuestiones, el jinete no tenga la responsabilidad de sus actos, pues ha de seguir un destino, como el héroe.

Pero si concebimos el poder como una especie de círculos concéntricos o de matriuska –la muñeca rusa que encierra otras muñecas que van menguando en tamaño-, de la Historia Universal se llega a otras pequeñas Historias Universales de carácter local. Ese gran monoteísmo encierra sus Historietas. El Dios mantiene sus corresponsalías de diosecillos locales en las ciudades. O mejor dicho, el Caballo cuenta con caballitos ponis en las ferias de cada sitio.

Si ustedes lo han observado en la Feria de Nuestra Señora de la Salud, una de las características principales del caballito poni es su capacidad de dejar boñigas casi equivalentes a las de sus hermanos mayores. La reducción de tamaño no se corresponde en este caso con una reducción en el aromático producto que expelen por el segmento final del intestino grueso. Los corresponsales de la Historia Universal también se pueden comparar a diosecillos locales. Esta es una tradición politeísta que aquí sin embargo se adapta al monoteísmo, como la participación de la lotería depende de un décimo y el décimo de un billete. Muchas comunidades antiguas tenían un abanico de dioses locales relacionados casi siempre con la agricultura, la ganadería o la fertilidad. En Córdoba, los politicastros de andar por casa dan diversos nombres a su diosecillo, en realidad tan monoteísta que es un pedacito de la Historia Universal, un caballito poni que deja una cacota equivalente a la de su hermano mayor y mejor formado, un truñito del que emana el mismo pestazo: el abandono de la responsabilidad.

Los caballitos ponis, los diosecillos que surgen de las deposiciones del Dios de la Historia, adquieren diversos nombres. Unas veces el consenso. Otras el diálogo. Otras la ciudadanía. De esta forma, el espécimen de politicastro local, sea del signo que sea, evade la responsabilidad de sus decisiones, sortea el compromiso que su tarea ha de llevar parejo. Al fin y al cabo, la medida A tuvo un consenso extraordinario con peñistas y vecinos. Al fin y al cabo, la medida B resulta de un intentos proceso de diálogo con X, Y y Z. Al fin y al cabo, la medida C procede de una continua demanda de la ciudadanía (el politicastro local está conectado, como se sabe, a la Voz Colectiva que emana de la población, debido seguramente a insondables arcanos de carácter telúrico que pasan entre ellos de boca a oído al acceder a un cargo). De esta forma, al igual que el Gran Jefe del Imperio se ve abocado a seguir un Destino, su versión local se ve abocada a seguir un Consenso, un Destinillo que está fuera de él. ¿Qué otra cosa pueden hacer todos estos pobres subidos ora a caballos de la historia que galopan a toda velocidad ora a ponys trotones pero tan obstinados como el ejemplar grande? Nada, señoras y señores, sólo cumplir con una misión o una misioncita. Allá van ellos, montando a pelo su poni más allá de la línea del horizonte mientras el loco de la trompeta toca una melodía triunfal desde la calle Cruz Conde. Diálogo, consenso y ciudadanía, tres personillas distintas y un solo diosecillo verdadero.