viernes, julio 10, 2009

Visionario

Escritores, traductores, maquetadores y correctores vinculados a la editorial Almuzara han puesto el grito en el cielo por una situación de impago que va desde alguna pequeña fortuna a autores de éxito hasta unos miles de euros a los que se ocupan de otras labores del proceso de edición de un libro. Tenemos aquí una muestra más de los motivos del retraso cultural de Córdoba, en este caso acerca de la incomprensión de la excelencia y la creatividad.

El empresario Manuel Pimentel, responsable de Almuzara, es quizá uno de los emprendedores más visionarios del panorama actual y una de las pocas personas no ancladas en el secular senequismo que asuela la ciudad. Por ese motivo, hace unos años, se dispuso a poner en marcha un negocio editorial que copase todos los elementos de la cadena, desde la impresión hasta la venta en librerías donde tiene participación. Se trata de concebir el negocio como un montaje donde cada paso es parte de un todo que sólo está completado con el último objetivo: el arte.

De esta manera, Pimentel no se queda en el desarrollo por fases de un producto, sino que va más allá e imbrica dicho desarrollo a una misión espiritual. Al no pagar a multitud de las personas que trabajan para él, Don Manuel consigue que sufran, que vayan adentrándose en una vida bohemia, que se les caigan los dientes y que ahoguen sus penas en absenta al no poder pagar nada más que una buhardilla –como debe de ser en este mundillo- donde vivir hacinados con seis ecuatorianos y dos peruanos, que parecen lo mismo pero no lo son, como chinos y japoneses. Escribir duele, como saben los grandes artistas, y las obras maestras sólo pueden nacer del tormento. El ex ministro -además de trabajo y asuntos sociales- no sólo liga la literatura con este vivir de poetas donde surge lo más grande, sino que extiende el concepto de creatividad del escritor a los traductores, maquetadores y correctores, realzando así esas profesiones un poco olvidadas y transformándolas en parte de ese todo que no se limita a la cadena de montaje, sino a una búsqueda, en el fondo, de lo sagrado.

Estos trabajadores, de miras cortas ante el proyecto de Pimentel, deciden sin embargo, de manera un tanto mediocre, reivindicar sus sueldos por los trabajos prestados, sin percatarse de que gracias al complejo plan artístico de Don Manuel construyen sin saberlo con su propia existencia la existencia sin duda colosal del Genio Humano. Sigan ellos con esa vulgaridad, con la medianía de sus dineros, destrozando con pequeñas mezquindades los propósitos de un gigante empresarial idealista e iluminado.