lunes, octubre 08, 2007

Despertares

Desperteme con la alegría habitual, blasfemando y maldiciendo porque Dios me abandonó a la suerte de la alarma del reloj, cuando percateme de que la zona cortical de mi cerebro se había desconectado antes de abrir los ojos, lo que suele producirme un sólido entusiasmo que tiende a crecer hasta saludar al ombligo. Mientras los Jóvenes Castores dedicaban todo un capítulo de su biblioteca a explicar cómo se monta una tienda de campaña, resulta curioso que la química humana ataje de una forma insólita para lograr el mismo resultado gracias a un quítame allá esas sustancias acabadas en –ina. Reflexionaba sobre todo ello –y también sobre si se dirá legañas o lagañas- cuando recordé que se me había olvidado mirar debajo de la cama al acostarme. Craso error, puesto que un vecino se deslizó de espaldas a las losetas de mi habitación, como los mecánicos que salen de los bajos del coche, e incorporose sacudiéndose las pelusas y escupiendo alguna con sonido de pedorreta.

San Acisclo y Santa Victoria me asistan, exclamé para mis adentros. Recordé las tres reglas que hay que seguir con los vecinos de Córdoba: Que no les de la luz solar desde la ventana del despacho de un preboste, no los subvenciones después de medianoche, que no les roce el vino fino. Algo tuve que hacer mal durante la verbena, no vuelvo a beber.

A la buena de Dios, le dije tratando de ser respetuoso. Salud, me respondió el vecino con un ademán cortés y quitándose el sombrero. Caballero, eso no está consensuado, díjome mientras señalaba a mi fenómeno desbocado, que pugnaba por salirse del pantalón del pijama en busca de Dulcinea. Ha de saber usted –prosiguió con acento seseante- que todo proceso fisiológico de esas características o de otra cualquiera debe de seguir una serie de pasos donde primen el diálogo y el acuerdo, de otra manera volveré con una pancarta, o bien pondré en marcha una plataforma, o quizá haga declaraciones en los periódicos.

Voto a bríos, mosén, exclamé ya para afuera, si su alteza o excelencia me lo permite aún puedo reparar mi falta, ¿qué he de hacer, santidad? Bien, continuó el vecino mesándose con elegancia el cuidado mostacho, debemos generar un ambiente de acercamiento, donde nos demos la mano sujeto sorprendido y vecinos, vecinos y sujeto sorprendido, una vez creadas esas bases de entendimiento podemos sin duda hablar de cooperación entre ambas partes. Por Santiago, deme la mano, reverendísima figura –contestele-, he aquí mi contribución a este clima amigable. Y solté unas monedas de medio euro que tenía en la mesita de noche.

Las monedas rodaron por el suelo, el vecino las recogió y con una agilidad pasmosa dio un brinco y salió por la ventana. Mejor dejar unas migajas en la ventana la próxima vez para evitar estos sobresaltos que terminan por bajártelo todo, apunté en mi querido diario.