sábado, noviembre 14, 2009

Sandokaña



El pasado jueves, durante la inauguración de Joyacor, se producía una imagen insólita que está dando mucho que hablar. Este salón monográfico de la economía sumergida cumplía sus 25 años de existencia. Varios joyeros y otros miembros de sectores afines recibieron un reconocimiento por su presencia desde la primera edición de este acontecimiento. Tan sólo se echó de menos como otras veces al sector de los ladrones de joyas, uno de los que más dinamiza este mundillo y muy ligado al de los seguros, sector que por cierto sí tuvo homenaje. Esperemos que esto cambie y los cacos no tengan que delegar su representación como siempre en los responsables de la caja de ahorros local.

En cualquier caso, como decimos, la imagen sorprendía. El alcalde in extremis de la ciudad, Andrés Ocaña, entregaba el reconocimiento al Rafael Gómez, alias Sandokán, empresario imputado en el caso Malaya, enfrascado con el Ayuntamiento en el rifirrafe de la multa millonaria por la construcción ilegal de las naves de Colecor y que acaba de despedir a 9.000 trabajadores.

¿Error de protocolo? ¿Gesto de rehabilitación pública? ¿Encerrona? ¿Sumisión? ¿Complicidad? ¿Burla a los ciudadanos? ¿Confusión? ¿Acercamiento? ¿Qué es esto? Queremos saber. La mayoría se muestra sorprendida ante una entrega que requeriría de una explicación aparte del consabido “Rafael Gómez es un empresario más”, salida por peteneras nº 1 en el manual del político local de relumbrón. Los cordobeses se muestran perplejos y piensan mal, sobre todo después de los desmanes urbanísticos de la época de Rosa Aguilar, donde Ocaña era responsable de la Gerencia de Urbanismo, y las enormes las facilidades para que Sandokán construyese donde hiciera falta. Eso sí, todo legal. Para eso están las innovaciones del Plan General de Ordenación Urbana. O bien ilegal. Para eso están las multas que navegan lentamente en el proceloso océano de la burocracia y no consiguen llegar a la orilla, que hay resaca en Los Boliches.

Pues bien, el Perol Sideral ha de reconocer que si un poder acarrea una gran responsabilidad, como bien dijo el tío de Peter Parker, Ocaña ha sabido estar a la altura de las circunstancias, demostrando que con Aguilar estuvo atado de pies y manos. Ahora en el sillón de la alcaldía se ofrece en cuerpo y alma al servicio público y lo ha probado en Joyacor, donde –lo sentimos por sus críticos- no hay ni rehabilitación pública ni postración ante el (presunto, presunto, presunto, presunto) joyero corrupto.

Como decimos, la burocracia ha ralentizado la multa. Sandokán cuenta con una notable ayuda de fantásticos abogados, además de dominar numerosos resortes del poder después de años de trato con el Ay-untamiento. Ocaña ha visto el atropello, no ha podido soportarlo y se ha dejado llevar por unas pasiones henchidas de justicia que a su vez le alejen de la dudosa etapa anterior. Y decidió nada más y nada menos que empezar a cobrar la multa de las naves de Colecor, como un Robin Hood de la campiña que quisiera dar al pueblo lo que es del pueblo.

Para ello sencillamente hay que observar la fotografía. El alcalde controla con la mirada a Sandokán. Ve que no hay peligro. Desliza su mano derecha, la buena, por su espalda. Busca el bolsillo trasero donde está la cartera… En efecto, el señor Ocaña, saltándose si es necesario la legalidad vigente, realizaba un sacrificio en bien de la ciudadanía cordobesa. Hay que aplaudir pese a que esa intentona resultara fallida. Pocos son los políticos capaces de tirar por la borda su carrera para recuperar lo que un (presunto, presunto, presunto, presunto) malhechor has sustraído. En estos años faltos de épica se nos desliza una lágrima por la mejilla al ver algo así. Una vez más: Bravo.

Lo que el alcalde desconocía es que Rafael Gómez es de los del taco y guarda el fajo de billetes en un bolsillo especial de los calzoncillos. Si hubiera deslizado la mano ahí desde el principio…