La leyenda de las adhesiones
Vinieron las adhesiones para la capitalidad cultural de 2016. Vinieron de todas partes. Por el norte y por el sur. Por el este y el oeste. Cayeron adhesiones desde arriba. Por las grietas del suelo brotaron adhesiones. Había racimos de adhesiones en los árboles. Los pájaros traían sus adhesiones. Olas de adhesiones, montañas de adhesiones entraron por cada lugar de la ciudad. Perfumaron el Museo de Bellas Artes, que empezó a oler a adhesiones. Construyeron un cuarto de baño en el Museo de Julio Romero de Torres, y así los visitantes ya podían aliviarse en un retrete de papel de adhesiones. Taparon los desperfectos del Museo Taurino y las pintadas de los jardines. Crearon pantallas para evitar el insoportable ruido de las avenidas y levantaron multitud de pisos de precio accesible. El río de adhesiones arrasó con las parcelas ilegales que destrozaban la Sierra. Y seguían viniendo adhesiones. Unas miles acababan con la marginación de algunas barriadas, otras creaban empresas y puestos de trabajo. Las adhesiones, de pronto, se transformaban en contratos indefinidos cuando no en ventajosas hipotecas. Crearon nuevas calles que descongestionaron el tráfico, cubrieron las vulgaridades estéticas de los nuevos edificios, muchas de ellas desplazaron a los documentos que corrompían el urbanismo o formaron suaves colchones para recoger a los obreros que caían desde los andamios. Algunas adhesiones se especializaron en el espíritu. Se adentraban así en las almas de los políticos. Unos aprendían a hablar por arte de magia, otros dejaban atrás las faltas de ortografía y la sintaxis de párvulos. Muchos mejoraron de sus tics nerviosos y vieron disminuir las paranoias. Un grupo de ellos incluso empezó a razonar. Las adhesiones también se adentraron en el mundo de la información. Diarios, emisoras radiofónicas y televisiones comenzaron a publicar noticias después de años dedicados a la propaganda y la publicidad. Un hombre, una adhesión. Una mujer, una adhesión. La urbe latía con un ritmo febril mientras llegaban más y más adhesiones. Surcaban las adhesiones cada rincón, cada centímetro. Dilataban y expandían Córdoba poco a poco, de manera constante y placentera. Se alzaban tocando el cielo. Se erguían hacia lo azul y hacia lo que hay más allá. Como un solo cuerpo arcangélico, henchido de gozo, con un sinfín de alas, estallaron en un fenomenal, extraordinario, elefantíaco, asombroso, formidable orgasmo que salpicó cada región, cada país, cada continente. Al fin, todo el planeta, adherido ya, veía como el sol daba vueltas a su alrededor.
En este momento suena la alarma. La alcaldesa se despierta y ve que el dinosaurio todavía estaba allí.
En este momento suena la alarma. La alcaldesa se despierta y ve que el dinosaurio todavía estaba allí.